Esta tesis se propone como objetivo comprender los sentidos del encierro para quienes se encuentran privados de su libertad, focalizando en cómo estos sentidos son percibidos, interpretados, vividos y resistidos en y desde los cuerpos y las corporalidades. El trabajo de campo fue realizado en la Unidad Penal N° 3, de San Carlos de Bariloche, un establecimiento carcelario provincial de mediana seguridad para hombres, a unas quince cuadras del centro de la ciudad. La estructuración general de la tesis sigue la propuesta de de Certeau referida a las prácticas organizadoras del espacio, utilizada en este trabajo para analizar mecanismos de distribución de la población. Específicamente, la noción que orienta el pensar en términos de cuerpos y corporalidades en términos de distribución es la de deslindes, que utilizo de modo heurístico para contextualizar diferentes niveles de análisis. En un primer nivel, la operacionalizo para dar cuenta de mecanismos estatales de control del espacio y distribución de la población mediante la elaboración de mapas, mecanismo que además constituye una práctica con su propia historia en el marco de la estatalidad. En un segundo nivel, analizo los deslindes en función de las relaciones entre diferentes instituciones estatales que convergen en el establecimiento carcelario. Un tercer nivel de análisis se orienta a los agenciamientos con y desde los cuerpos por parte del personal del establecimiento, a la experiencia del mismo tal como es vivida por los internos y sus agenciamientos, eje clave para responder la pregunta de investigación. El último nivel refiere a cómo cuerpos y corporalidades orientan relaciones y establecen vínculos y grupos de pertenencia, entre los cuales se encuentran el respeto y el cuidado. Los diferentes niveles de análisis fungen complementariamente encauzando la comprensión de modos posibles en los cuáles logran vivir - o sobrevivir - quienes se encuentran privados de libertad. A la vez, el enfoque etnográfico que orientó la investigación revela una serie de heterogeneidades al interior del establecimiento en términos de subjetividades, agenciamientos e identificaciones. Paralelamente también permitió registrar continuidades entre el adentro y el afuera del establecimiento carcelario. Tales continuidades son perceptibles en las relaciones entre fuerzas de seguridad y la población carcelaria o jóvenes habitantes de barrios de la ciudad, como también elicitadas de observaciones realizadas en el establecimiento y de relatos de los internos respecto de dinámicas cotidianas consistentes en modos de hacer, decir y sentir. Las relaciones, sentidos y prácticas que circulan entre las rejas componen de este modo un contexto en el cual los muros del penal funcionan como una membrana. Esta membrana es flexible y permeable, pero también selectiva y diferencial. Flexible en tanto ciertas prácticas de violentamiento que acontecen dentro del espacio carcelario son habituales también fuera del mismo. Selectiva en términos de quién o qué (relaciones, prácticas, objetos) puede ingresar o salir. Diferencial en cuanto las variaciones que ingresos, permanencias y salidas adoptan de acuerdo a quienes las estén realizando. En una primera mirada, que podría nutrir el sentido común, la permeabilidad pareciera interceptar cuidados, solidaridades y afectos. Quienes se encuentran detrás de los muros están allí debido a conductas que se encontrarían en el polo opuesto. Si bien es cierto que el encierro favorece la reproducción de conductas que refuerzan la hostilidad, la tensión, la desconfianza y la rivalidad, desplazar el foco permite observar gestos y conductas cuya sutileza los coloca en un segundo plano, pero cuya importancia para sostener la existencia es tan indispensable como la rudeza.