La inquietud por comprender los conflictos que los jóvenes y los adultos protagonizaban en el espacio público se vincula, entre otras cosas, con una serie de trasformaciones a nivel comunitario que, primero como trabajador (desde 2006) y luego como becario en investigación (desde 2012), pude ir registrando a lo largo de los años en un territorio particular, el Bajo . Como psicólogo socio-comunitario ya había realizado un registro sistemático de problemáticas enunciadas por los actores locales que conformaban un abanico de situaciones que acontecían alrededor de organizaciones barriales con las que estaba en articulación permanente. En los diagnósticos comunitarios que año a año se iban construyendo entre diferentes organizaciones del sector insistían el delito, el consumo, la violencia familiar y entre pares, las detenciones policiales, el abuso de autoridad y los enfrentamientos. Pero todos esos eventos no eran comunicados por parte de los actores como algo exógeno, sino que esas situaciones les pasaban y les pesaban, tanto a los jóvenes como a los adultos, de diversas maneras en el cotidiano. En 2006 la movilización comunitaria por la construcción y distribución de las 700 viviendas mostró una faceta nunca vista en el sector hasta el momento. La organización, la discusión, las reuniones y diversos conflictos de intereses entre los referentes de las organizaciones, los vecinos y los funcionarios eran moneda corriente. Pero toda esa vitalidad comunitaria se difuminó cuando las casas estuvieron terminadas en 2008 "se metieron para dentro", "ya consiguieron lo que querían", "ya no se mueven por nada" decían las referentes de las organizaciones comunitarias. La nueva fisonomía barrial con accesos pavimentados, saneamiento y servicios fue algo muy valorado por los adultos. Sin embargo la apertura fue vivida por los jóvenes como amenazante ya que posibilitaba el acceso de la Policía a sus prácticas, sean legales o ilegales, y a sus espacios seguros. El sector quedó sin espacios verdes disponibles para que los niños y jóvenes puedan realizar actividades recreativas. Esto llevó a una dinámica donde los jóvenes quedaron más expuestos en la calle y los adultos más recluidos en sus casas. Pero acompañada de este modo diferencial del uso del espacio, noté que el tiempo de los adultos (diurno) y el de los jóvenes (nocturno) conformaban una organización implícita de los movimientos en el territorio. De este modo, advertí que jóvenes y adultos en sus tránsitos diferenciales constituían espacios propios, intra-generacionales, librados a sus propias lógicas y que justamente cuando se encontraban la tensión comunitaria se incrementaba, marcando un modo en que se organizaba la cotidianeidad intergeneracional. En el trabajo previo había podido ver que las consecuencias de, o el estar implicado en, los conflictos que sucedían entre los jóvenes y adultos en el Bajo no investían para mi ninguna implicancia "saludable". Retomo los aportes de Bourgois (2010) porque forman parte de la estrategia discursiva y política utilizada en este trabajo mostrar aquellas tramas y estructuras comunales tal cual se presentaron en el proceso, para documentar los conflictos intergeneracionales como fueron emergiendo en el campo como parte de las expresiones de la "opresión social estructural" (Bourgois, 2010) que se vive en este territorio.De esta menara, la tensión percibida en la convivencia comunal, la exposición a riesgos, las violencias mutuas y diferenciales que unos y otros ejercían, el malestar, el estrés, el consumo (Epele, 2010), las detenciones por parte de la Policía, la intervención de la Justicia y la muerte (Bermúdez, 2011) son algunos de los repertorios observados que daban cuenta de que los conflictos repercutían negativamente en los modos de vida del Bajo. Advertí que sabía poco realmente sobre el conflicto que había podido identificar en este tiempo de trabajo, y comencé a preguntarme por qué si hay consenso en que el conflicto es un potenciador de las interacciones humanas y promotor de cambios de aquello que entendía como saludable, en el Bajo aparentemente pasaba todo lo contrario y cómo esto se expresaba en los protagonistas.De este modo, comencé a interrogarme, junto con el equipo de investigación que acompañó este proceso, ¿cuáles son los conflictos que los protagonistas refieren en el espacio público? ¿cómo operan las relaciones entre jóvenes y adultos en esos conflictos que emergen en el espacio público? ¿Qué motiva el conflicto entre las generaciones diferentes?, ¿qué es lo que se pone en disputa? ¿Que posibilitan u obturan estos conflictos? ¿Cómo afectan estas tensiones a los actores involucrados? De todos estos enunciados surge la pregunta que guía esta investigación; ¿cómo opera el conflicto generacional que se suscita en el Bajo en la salud comunitaria? A partir de lo cual construí como hipótesis interpretativa (Reguillo, 2012) que en el espacio donde se emplaza el proceso de investigación, se evidencian cotidianamente situaciones de conflictividad entre generaciones diferentes que repercuten negativamente en la "salud comunitaria" de los sujetos sociales implicados.