La cuestión de la relación entre verdad y política es central en los debates de teoría política contemporánea. Puestas en duda todas las fuentes de autoridad y certeza, ciertos interrogantes se vuelven inevitables: ¿Cómo abordar la convivencia humana si no se cuenta ya con criterios indudables para separar el bien del mal? ¿Cómo juzgar los diferentes regímenes o acciones políticas en un mundo secularizado y sin referentes estables? En este contexto, vuelve a surgir la pregunta por la posibilidad de la filosofía o el pensamiento político: ¿Puede la teoría asistir a la comunidad con conceptos? ¿Pueden el pensamiento o la vida del espíritu brindar parámetros confiables para la vida práctica de las personas? ¿Existe la posibilidad de que la búsqueda del conocimiento o los intentos de comprensión se coordinen armónicamente con los esfuerzos políticos? Hannah Arendt y Leo Strauss se encuentran con estas preguntas. Escriben en medio de lo que ambos califican como una crisis política, moral e intelectual, y buscan desentrañar las causas y las consecuencias de la pérdida de las certezas y las autoridades tradicionales. Ambos se interrogan sobre las relaciones entre verdad y política, pero abordan el problema desde diferentes perspectivas. De acuerdo con Strauss, la modernidad cree haber llegado a una certeza definitiva sobre estos problemas: según una perspectiva generalizada en nuestro tiempo, la filosofía política es imposible porque el conocimiento firme no es accesible a los seres humanos y porque el conocimiento parcial o defectuoso que sí está a disposición es incapaz de brindar fundamentos sólidos para los valores con los que las personas orientan sus vidas. Esta convicción genera el desconcierto de la mayoría, que no cree posible distinguir lo justo de lo injusto o lo bueno de lo malo, y revela que la crisis de la modernidad es el resultado y la expresión de una crisis de la filosofía política. Desde el punto de vista de Arendt, es la realidad de nuestro tiempo la que ha destruido todas las categorías heredadas de pensamiento y los criterios de juicio, y ha provocado como resultado la perplejidad y la confusión generalizadas. De acuerdo con su perspectiva, la crisis de la filosofía política es la consecuencia y no la causa de fenómenos y experiencias colectivas, que dan a ver la insuficiencia de los marcos de referencia clásicos. De esta manera, si para Strauss las vicisitudes de la filosofía están en la base de los conflictos más agudos de nuestra época, Arendt entiende que son los acontecimientos mundanos y políticos los que desencadenaron las dificultades más graves. Existe entonces entre los autores una preocupación central que es común, pero cada uno aborda la cuestión desde diferentes ángulos. Si ambos reflexionan sobre la noción de filosofía política, sobre las relaciones tradicionales y modernas entre el pensamiento y el mundo de la acción, cada uno enfrenta el problema desde un lugar distinto. Strauss se acerca principalmente desde la filosofía, y Arendt pone el acento en la política. En este sentido, aunque los autores coinciden en ciertos interrogantes y problemas, cada uno piensa desde el revés de las reflexiones del otro. Aunque Arendt y Strauss se encuentran en muchos momentos, sus recorridos de investigación parten en direcciones opuestas y los pensamientos de cada uno iluminan el espacio que el otro deja sin explorar. Las preguntas de Strauss parecen señalar las omisiones de Arendt, y los interrogantes de Arendt parecen apuntar a los silencios de Strauss. Pero ambos encuentran pronto que para abordar las insuficiencias de nuestros días es necesario recurrir al análisis de la tradición, y vuelven a encontrarse en sus investigaciones del pasado. Los dos autores buscan en la herencia de la civilización occidental claves para comprender la deriva de las ideas y los hechos contemporáneos, e identifican en el origen de ese legado una figura particularmente elocuente para enfrentar sus preguntas: se trata de la figura de Sócrates, que ambos consideran a la vez como comienzo y como destino posible, como principio y como ejemplo para nuestros días. Sin embargo, aunque Sócrates es en ambos casos una figura fundante e inspiradora, el significado de su vida es interpretado de modo radicalmente diferente. Por otra parte, aunque lo que Arendt y Strauss buscan en Sócrates es radicalmente diferente, ambos toman del gran maestro de la antigüedad algo similar: una manera de enfrentar los problemas humanos más que ciertas respuestas definidas. Tanto Arendt como Strauss esbozan, para hacer frente al desconcierto moderno, una práctica y no una teoría acabada sobre el mundo. Ambos reconocen su imposibilidad de dar cuenta certera del cosmos o de la vida humana y proponen entonces una vida acorde a esa ignorancia. Así, la figura de Sócrates señala para ambos autores un camino posible frente a los dos extremos entre los que oscila la modernidad: el dogmatismo y el nihilismo. A partir del descrédito de las certezas tradicionales y luego de las catástrofes políticas de la modernidad, nuestro tiempo se debate entre la omnipotencia y el pesimismo más obtuso. Frente a este problema, tanto Arendt como Strauss apuntan a la figura de Sócrates y buscan retomar su legado, que invita a transitar un camino intermedio entre los dos extremos. Así, esta tesis busca mostrar que las obras de Arendt y Strauss no sólo se muestran relevantes en la actualidad debido a que abordan algunos de los problemas contemporáneos más urgentes, sino también porque ofrecen algunas alternativas poderosas para las trampas de nuestro tiempo.